Sólo con verle sabes que él es especial, sientes que le has
estado buscando en silencio sin saberlo. Apenas ha vivido dos veranos más que
tú y sabe perfectamente lo dura que puede ser la vida, que todo puede cambiar
en un pestañeo, por eso en sus ojos arde esa llama de pasión y deseo que te
devora desde lejos y de la que no puedes (ni quieres) escapar.
Tus pies se detienen y vuestras miradas se encuentran.
Sientes como tus pupilas se dilatan y el color sube a tus mejillas, mientras
que su expresión permanece inmóvil y sin vida. No sabes por qué pero sonríes,
solo a él, le regalas la mejor de tus sonrisas. Tal vez intentando ver más allá
de esos ojos llenos de fuego, sintiendo como van poco a poco
mordiendo cada centímetro de tu cuerpo. Es entonces cuando el tiempo se detiene
para dibujar una sonrisa torcida en sus labios. Una pequeña grieta se abre
camino por esa negra armadura que ha creado con el paso de los años, forrando
de acero un corazón que no ha dejado de sufrir desde ese día, ese horrible día
que quedará marcado para siempre en su calendario, ese día que trata de olvidar
cada mañana y que recuerda con cada paso, pero que durante un par de segundos
se ha escondido en la sombra de una inesperada sonrisa callejera.(...)
(...)Y seguís ahí, quien sabe cuánto tiempo, dos extraños
que no pueden dejar escapar sus miradas, porque cosas así no se encuentran
todos los días perdidas por las calles de esta ciudad.